Los cuentos no son un entretenimiento restrictivo de la edad, sino que son un recurso perfecto para fomentar la lectura, sobre todo para aquellos que apenas han decidido comenzar en este mundo tan hermoso. En este artículo te mostramos 15 Cuentos cortos para copiar.
Los cuentos han marcado generaciones completas, muchos de ellos no han pasado de moda en los años, sino que siguen intactos mientras que algunos han sufrido ciertas modificaciones. Aún con los cuentos más populares, muchos escritores han visto en los cuentos un género para abrirse paso en los gustos de lectura de los más pequeños, sin embargo los cuentos infantiles aunque son los más populares, muchos cuentistas han desarrollado su arte entre la población adulta con muy buenos resultados, tal es el caso de los cuentos del género terror o fantasía. Más adelante te mostramos algunos cuentos que podrás copiar y pegar.
1. El jardín que se quedó sin flores
Una niña pasaba todas las mañanas en frente de un jardín cuando iba a su escuela. Aquel jardín silvestre que se formaba al lado de un parque tenía flores muy hermosas y de todos los colores. La niña siempre quería tomar una de las flores y llevarla consigo a la escuela, así que cada vez que pasaba por ese lugar arrancaba una flor. Le ponía triste que la flor que tomaba todos los días moría marchita cuando pasaba poco tiempo, así que constantemente arrancaba una flor nueva. Al tiempo mientras caminaba al colegio se dio cuenta que el jardín ya no tenía flores, porque las había arrancado todas en poco tiempo. En ese momento la niña comprendió que si quería ver flores hermosas como aquellas todas las mañanas debía dejarlas vivir.
2. La hoja de papel
En la habitación de un profesor había una hoja de papel sobre una mesa, junto a otras hojas iguales a ella. Aquellas hojas de papel se disputaban constantemente quien era la más limpia, cuando un día una pluma bañada en tinta manchó a una de las hojas y la llenó de palabras. – “¿Por qué me humillaste de esa manera?”, dijo enojada la hoja de papel. “Tu tinta me ha manchado para siempre”. – “No te he ensuciado”, repuso la pluma. “Te he vestido de palabras. Antes eras solo una hoja de papel vacía, pero ahora eres más que eso, eres un mensaje. Custodias el pensamiento del hombre. Te has convertido en algo hermoso”. En ese momento, alguien que estaba ordenando el despacho, vio aquellas hojas esparcidas y las juntó para arrojarlas al fuego. Sin embargo, reparó en la hoja “sucia” de tinta y la devolvió a su lugar porque llevaba, bien visible, el mensaje de la palabra. Luego, arrojó el resto al fuego.
3. La rama quejosa
Era un día en el que hacía tanto calor que hasta las ranas y los caracoles buscaban la sombra bajo cualquier rama o árbol. Hacía tiempo que no llovía en la región así que en vez de árboles frondosos había solo ramas secas y tierra agrietada. Una de las ramas secas decía: — Estoy vieja, arrugada y frágil, ya no sirvo para nada. — ¿Por qué dices eso sobre ti? — preguntó el caracol. Yo estoy encantado de que me des sombra porque eres una de las pocas que ha sobrevivido al calor. Entonces, la rama seca miró desdeñosa al caracol pero fue incapaz de decirle nada. Al día siguiente la rama se volvió a quejar: — Estoy pálida y seca, ¿quién del bosque me va a querer así? — ¿Por qué dices eso? — preguntó la rana. Con este calor, yo no tendría tu sombra sino que moriría, ¡soy afortunada de que estés aquí! Entonces la rama seca miró sorprendida a la rana y no dijo nada. Esa misma tarde, la rama seca como ya era de costumbre despertó quejándose de nuevo: — ¡Qué tristeza la mía!, ¿por qué sigo en este mundo si nadie me aprecie? Entonces mirándose la rana y el caracol, se marcharon a la sombra de otra rama que no se quejara tanto.
4. El ratón botonero
En una vieja azotea vivía un señor ratón que llevaba toda su vida trabajando en la fabricación de botones. Los hacía con mucho cariño y así adornaba hermosas prendas que vendía en el pueblo. Aquella profesión no le hacía rico, pero el señor ratón vivía muy a gusto con lo que tenía y era muy feliz. -Tengo lo suficiente para vivir y soy feliz. ¿Qué más le puedo pedir a la vida?- Decía con el rostro muy contento. Pero un día se presentó un evento importante. El rey de la ciudad quería hacer un bonito regalo para su hija y ofrecía grandes recompensas y mucha riqueza. El señor ratón pensó que esta oportunidad podía ser buena para dar a conocer sus prendas y demás objetos que fabricaba. Decidió confeccionar un prendedor a base de botones dorados que brillaban como el sol. El rey que no había visto un adorno tan bonito se quedó muy agradecido. Para cumplir con su promesa, el rey ordenó preparar una gran bolsa con monedas de oro para entregarle al señor ratón por su buen trabajo. Pero el ratón avergonzado, le dijo: -Disculpe que se lo rechace, Majestad, pero yo no necesito riquezas, lo único que quería era mostrarles mi hermoso trabajo.
5. El dragón solitario
En una cueva muy alejada de los poblados vivía un dragón muy temido porque se decía que era grande y peligroso. Muchos aldeanos contaban la leyenda de un dragón que se comía a las personas y que volaba cazando en las noches. Un joven cazador se fue en búsqueda de aquel dragón para acabar con él y demostrar que la leyenda era cierta, en vista que muchos veían volar por las noches a un ser muy extraño pero nadie les creía. El cazador pasó días recorriendo los campos y los bosques buscando al dragón, hasta que una tarde se quedó dormido en la entrada de la cueva porque ya estaba exhausto de tanto buscar. El cazador no se dio cuenta que un oso lo estaba observando para atacarlo, así que se despertó cuando escuchó unos ruidos de pelea. Lo que no esperaba el cazador es que un dragón pequeño estaba ahuyentando a un oso gigante que estaba a pocos metros de él. Cuando por fin se fue el oso, el cazador se quedó muy sorprendido porque dragón tan pequeño y con apariencia inofensiva fue capaz de tener el valor de enfrentar a un oso para cuidarlo mientras dormía. El dragón miró al cazador con tristeza porque todos lo consideraban peligroso y a pesar que había ayudado a muchos otros cazadores, nadie contaba lo noble que era realmente.
6. La princesa Melissa
Melissa era una pequeña princesa que le gustaba leer cuentos de dragones y príncipes porque se aburría mucho. Siempre le preguntaba a sus cuidadores sobre el día que la llevarían a pasear, porque siempre veía a los otros niños jugar y correr a las afueras del castillo, pero a ella no la dejaban salir. Melissa estuvo triste porque pensaba que nadie la llevaría a las ferias que se hacían anualmente en el pueblo, cada año veía los fuegos de colores, escuchaba las risas de los aldeanos y los niños llegaban contando sus historias. El día que comenzaron las ferias Melissa estaba muy triste porque también quería asistir, por lo que una de las mozas del castillo la disfrazó para poder salir del lugar sin que fuesen vistas con la única condición de que solo saldrían al momento de los fuegos artificiales. Así Melissa pudo disfrutar de una noche única viendo un verdadero teatro de luces en el cielo.
7. La niña y el gato
En un pueblo pequeño con casas de piedras, calles retorcidas y muchos gatos. Había un gato que era diferente al resto. Los gatos tenían su mundo apartado de los humanos porque éstos habían visto lo crueles que podían llegar a ser los humanos, por lo que no los querían cerca. Maui uno de los gatos más feroces estaba en un tejado tomando los primeros rayos de sol de la mañana mientras pensaba en qué bonita era la vida viviendo en completa libertad sin tener que depender de la maldad de los humanos. Esa mañana ocurrió algo que Maui no esperaba, a lo lejos vio que una bebé se tambaleaba a las afuera de su casa, para colmo el gato se había percatado que ningún humano adulto estaba cerca de la pequeña, lo que era extraño según lo que siempre veía. La bebé poco a poco se iba acercando a un risco que quedaba muy cerca del patio de su casa, por lo que Maui sintió el impulso se correr detrás de ella. Al llegar la haló por su suéter para alejarla del peligro. En ese momento los padres de la pequeña se percataron que la niña no estaba en la casa y viendo lo ocurrido fueron a buscar a su bebé. Gracias a este gato la niña pudo volver a su casa sana y salva.
8. El hombre de jengibre (versión corta)
Había una vez una humilde y bondadosa anciana a la que le encantaba hacer galletas y dulces. Sobre todo durante el tiempo de Navidad. Un día haciendo galletas depositó todo su cariño en una galleta muy especial. Hizo aquella galleta con la mejor harina, los mejores huevos de las gallinas de su corral, el mejor azúcar y una pizca de jengibre. Luego decidió decorarla con azúcar y caramelo. Después pintó de blanco la boca, los botones y los ojos con dos puntadas de caramelo. Horneó la galleta con delicadeza, y cuando vio que ya estaba lista, abrió el horno para sacarla. Sin esperarlo la galleta cobró vida y el pequeño hombre de jengibre salió corriendo mientras canturreaba: – ¡Corre, corre, tanto como puedas! No puedes alcanzarme… ¡soy el hombre de jengibre! Y con esta canción el hombre de jengibre huyó de la mujer y de su esposo, que intentaron atraparla sin éxito.
9. El rayito de sol
Había una vez un rayito de sol que se levantaba todas las mañanas para dar calor a los pájaros, a los perros, gatos y demás animales que vivían en un pueblo. Aquel rayito de sol se despertaba todas las mañanas sin quejarse aunque casi nadie lo tomaba en cuenta. Hacia lo mismo que todos los rayos de sol, mientras veía como la vida se movía según se levantaba y según se acostaba a dormir. Sin prestar atención a los hombres disfrutaba como crecían las plantas, un día la veía pequeña y al otro la veía grande, algunos animales salían a comer mientras dormía mientras que otros salían a cazar mientras estaba despierto. Aquel rayo de sol calentaba el agua de los lagos para los animales calientes mientras que se enfriaban los mares cuando se acostaba de nuevo a dormir.
10. La cerillera (versión corta)
¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima. Era el día de Nochebuena. En medio del frío y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos. Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes, que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas. La niña caminaba, pues, con los piececitos desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como muestra. Era muy mal día: ningún comprador se había presentado, y, por consiguiente, la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho frío y muy mísero aspecto. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos. Veía bullir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se percibía por todas partes. Era el día de Nochebuena, y en esta festividad pensaba la infeliz niña. Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría, y, además, en su casa hacía también mucho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manecitas estaban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y caliente como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien! La niña estaba tan a gusto frente al calor que no pudo evitar quedarse allí.
11. Daiana la sirena
En las profundidades del mar vivía Daiana, una sirena fascinada por el mundo humano. Al cumplir quince años, subió a la superficie y se enamoró de un príncipe que vio en un barco. Desesperada por conocerlo, acudió a una bruja que la convirtió en humana a cambio de su voz. Sin embargo, sin su canto ni su cola de sirena, Daiana no logró acercarse al príncipe. Arrepentida, regresó al mar para reunirse con su familia.
12. La cigüeña, el búho y la zorra
Había una vez una cigüeña bonachona que se llamaba Picorroto y vivía en la copa de un roble. En el tronco del mismo árbol vivía un anciano búho y un poco más abajo, entre las raíces del árbol, una zorra con muy mal genio a la que todos llamaban Maliala. La zorra se portaba muy mal con la cigüeña y siempre estaba buscando la forma de burlarse de ella. Un día Maliala invitó a Picorroto a comer: - Baja Picorroto, que te invito a comer conmigo unas habas que acabo de preparar. Pero el animal había puesto las habas en una piedra muy llana formando una capa muy fina porque sabía que así la cigüeña no podría comérselas. Y eso fue precisamente lo que ocurrió. La cigüeña no pudo picar nada y la zorra se las comió todas. - ¡Cómo te has puesto cigüeña! Ahora estarás varios días sin comer, ¿verdad? La pobre cigüeña no dijo nada y se subió a su nido con la misma hambre con el que había bajado. Un día el búho, que era amigo de la cigüeña y a quien no le gustaba nada la forma en que la zorra se burlaba de ella, tuvo una idea. - Vecina, vengo a contarle me han invitado a una boda muy alto en el cielo. Habrá pavo relleno, pollitos al horno y queso… Lástima que usted no pueda venir… a no ser que quiera subirse a mis espaldas. - ¡Claro que quiero! - dijo Maliala pensando en toda la comida. Así que se subió la zorra sobre las alas de la cigüeña y ésta echó a volar. Al rato dijo Picorroto: - ¡Ay! Creo que tienes pulgas - ¿Yo tener pulgas? Nada de eso! - Yo sólo sé que me pica mucho la espalda así que agárrese bien que me voy a sacudir Maliala salió desprendida de la espalda de la cigüeña. Menos mal que tuvo la suerte de caer encima de un arbusto y gracias a eso salió viva. Cuando regresó a su madriguera llena de heridas se encontró con el búho. - ¿Qué? ¿Cómo ha ido la boda? - Bien, pero si salgo de ésta ya le digo que no iré a ninguna boda en el cielo.
13. La princesa y el guisante
Érase una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero que fuese una princesa de verdad. En su busca recorrió todo el mundo, mas siempre había algún pero. Princesas había muchas, mas nunca lograba asegurarse de que lo fueran de veras; cada vez encontraba algo que le parecía sospechoso. Así regresó a su casa muy triste, pues estaba empeñado en encontrar a una princesa auténtica. Una tarde estalló una terrible tempestad; se sucedían sin interrupción los rayos y los truenos, y llovía a cántaros; era un tiempo espantoso. En éstas llamaron a la puerta de la ciudad, y el anciano Rey acudió a abrir. Una princesa estaba en la puerta; pero ¡cómo la habían puesto la lluvia y el mal tiempo! El agua le chorreaba por el cabello y los vestidos, se le metía por las cañas de los zapatos y le salía por los tacones; pero ella afirmaba que era una princesa verdadera. "Pronto lo sabremos", pensó la vieja Reina, y, sin decir palabra, se fue al dormitorio, levantó la cama y puso un guisante sobre la tela metálica; luego amontonó encima veinte colchones, y encima de éstos, otros tantos edredones. En esta cama debía dormir la princesa. Por la mañana le preguntaron qué tal había descansado. — ¡Oh, muy mal! —exclamó—. No he pegado un ojo en toda la noche. ¡Sabe Dios lo que habría en la cama! ¡Era algo tan duro, que tengo el cuerpo lleno de cardenales! ¡Horrible!. Entonces vieron que era una princesa de verdad, puesto que, a pesar de los veinte colchones y los veinte edredones, había sentido el guisante. Nadie, sino una verdadera princesa, podía ser tan sensible. El príncipe la tomó por esposa, pues se había convencido de que se casaba con una princesa hecha y derecha.
14. Las zapatillas rojas
Karen, una niña pobre, recibe unos zapatos rojos de una zapatera. Adoptada por una señora rica que los considera inapropiados, Karen desobedece y sigue usándolos. Un mendigo los encanta, haciendo que Karen baile sin poder detenerse. Cansada y arrepentida por su vanidad, ruega ayuda al mendigo, quien finalmente rompe el hechizo. Karen aprende su lección, vuelve a cuidar a la señora y guarda los zapatos como recordatorio de su error.
15. El traje nuevo del emperador
Un emperador obsesionado con los trajes contrata a unos supuestos tejedores que afirman fabricar una tela especial, invisible para los necios o indignos. Nadie se atreve a admitir que no ve la tela por miedo a parecer incompetente, incluido el propio emperador. Cuando finalmente luce el traje "invisible" en un desfile, todo el pueblo lo alaba hasta que un niño inocente exclama que el emperador está desnudo, revelando la verdad. A pesar de la humillación, el emperador sigue desfilando, intentando mantener su dignidad.